martes, 25 de marzo de 2014

Día 4 - Séptimo cielo


Un (dos) MacBook Pro para gobernalos a todos

Todo lo bueno se acaba y nuestras minivacaciones llegan a su fin. Unos damos nuestros pasos hacia la empresa que nos han asignado, mientras otra se pierde por la ciudad sin saber cómo llegar al curso de alemán.

Nuestra llegada se avecinaba pesarosa, con un oso alicaído observándonos desde la acera porque se le había derramado su vaso de helado. Las sillas giratorias a modo de banco de parque desde donde le mirábamos aligeraban nuestro abatimiento. El reloj de la estación no paraba de girar, acercándonos a nuestro destino. Ni siquiera percatarnos de la calle Blumenauer, en honor al gran Chiquito, pudo encender la chispa de la felicidad.

10:00 AM. Mientras Mari proseguía debatiéndose entre conocer su ubicación o declararse formalmente perdida en el quinto pino, el Dúo Calavera entraba en la cueva con cierta parte de su cuerpo en la garganta. Una brisa fría encogía el alma. Susurros desesperados se oían agonizando en los pisos superiores, o quizás eran pensamientos obscuros que desgarraban nuestra razón. Sea como fuere, el instante estaba por llegar.

Tras las nubes ominosas que ocultaban el lucero del alba, un rayo prístino y blanco cruzó frente a nosotros e inundó nuestro ser. Anja nos recibía con una sonrisa que le habría acelerado el corazón al mismísimo Raikkonen. Las presentaciones obligadas terminaron como debían ser: olvidando la mitad de los nombres a los pocos minutos, pese a que acabaríamos contando entre nuestros enseres con un listado de nuestros compañeros de oficina, junto a sus correspondientes nicks, algunos de un nivel de frikismo exacerbado, para poder desgranar las semillas de nuestras dudas por IRC.

El ámbar de los dioses estaba frente nuestra, adoptando la forma caprichosa de sendos MacBook Pro que nos obnubilaban y amortecían nuestros sentidos. El olor a nuevo impregnaba el ambiente y mientras degustábamos un más que merecido trago de agua con gas, el señor Dennis acicalaba a nuestras nuevas novias, maquillándolas con lo mejor de lo mejor.

Sin embargo, aun en lo más profundo de los cielos, queda lugar para la sombra. El salón con Wii, globos dispersados por los suelos, y otros elementos festivos, no eran sino una mentira enmascarada con la que someternos al tercer grado. Soporté las palizas, las amenazas y las vejaciones lo mejor que pude, pero cuando iban a hacerle daño a Jose Luis, no pude soportarlo más y canté. Ellos parecían contentos con lo que le habíamos dicho, yo temí haberles contado demasiado.

Drupal era nuestra bendición o nuestro castigo y debíamos ponernos las pilas en esa dirección. Teníamos nuestras recién estrenadas joyas de la corona con nosotros, además de dos días de duro trabajo desde el calor de nuestro hogar, mientras los vagos y maleantes transportistas pretendían luchar por sus derechos un martes y un miércoles, como si no hubiese mejores días.

La salida del paraíso era un arma de doble filo. Sin lugar a dudas habíamos sido protagonistas directos de un lugar mágico que podría enamorar hasta al más desdichado, por otro, en nuestros corazones cabía aún la duda de si no éramos más que pobres diablos que habían alcanzado las puertas del Cielo.

Pero el día aún no había acabado, y aunque en nuestra nueva caminata intentaban tendernos trampas con hipnotizantes circos que acababan de llegar a la ciudad, el verdadero miedo lo conocimos cuando la más letal de las visiones hizo acto de presencia. Liderados por el muñequito del Monopoly, con su sombrero de copa y su esmoquin característicos, la Banda del Segway, más de una decena, prorrumpieron por las calles llenándolas de violencia.

Pese a las vicisitudes a las que había tenido que hacer frente, nuestra pequeña compañera seguía con vida, aunque su fama y popularidad en el curso de alemán se había acrecentado notoriamente. No hubo tiempo para más, pues un aliado nuevo debía hacer aparición en este día. Llegada desde lo más profundo de Hannover, esto es, a una puerta de distancia del Paraíso, Maryam —una chica asentada durante un año por aquí y que había tenido la desgracia de conocernos— tuvo la gracia de acompañarnos en grandes gestas como la adquisición de tarjetas para móvil, abonos mensuales o pan casero con forma de corazón.

Las desgracias nunca han de venir solas, así que tememos que alguna esté por llegar, pues en lo más hondo de las grutas vaporizantes de nuestro apartamento, la bombilla que iluminaba la gran piscina estaba fundida. Nuestros pasos se volvieron hacia el pasillo claustrofóbico, llorando por una pérdida para lo que no estábamos preparados.

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