

Un servidor, Jose, Luis y Mari acompañados por sendas damas de color
Perdido en las entrañas de la tierra, surge una parada en el camino de visita obligada para todo trotamundos que se halle por la ciudad. Pero aquel que baje debe estar advertido: su leyenda proviene del despiadado Jack el Destripador, un afamado asesino que se dedicaba a descuartizar a bellas señoritas que practicaban el oficio más antiguo del mundo. Con un ambiente tabernero, risas, gritos y exclamaciones de júbilo de seguidores del balompié anglicanos son la melodía del lugar. Mas otro peligro radica entre sus fauces: aquel que entre distraído sin tener el respeto que se merece, puede encontrarse inmerso en los baños, después de dejar a una amable señora china en la puerta.
Nuestros paladares fueron agasajados por una pinta —¿La sirven en pintas?— de Guinness Irish Stout, con la que recobramos fuerzas después de investigar los alrededores de la ciudad. Hubo quien pudo asistir al espectáculo que brinda la torre del ayuntamiento, desde donde se puede tener una vista panorámica de toda la ciudad para asegurar sus defensas, pero mucho me temo que otros no somos merecedores de tal honor, así que tuvimos que quedarnos con las ganas. La parte trasera del emblemático edificio da lugar a una zona boscosa semiartificial, donde mucha gente acudió a festejar el buen día que tuvimos realizando una comida campestre. Por arte de encantamiento, brotaron cucuruchos de helado por doquier en las manos. Tal demostración de poder me convenció a mí mismo, escéptico por naturaleza, cuando entre mis dedos se obró el milagro y con tan solo una ínfima parte de magia, y un euro de Mari al polero italiano, la Stracciatella tomó forma.
Abandonamos aquellas tierras, donde las parejas abrazábanse y dieran rienda suelta a su amor de múltiples formas, para visitar el templo sagrado de Hannover. Una suerte de acero, cemento e ilusión, donde cada domingo —o día que se tercie— los feligreses van a presentar sus respetos al adorable Hannover 96. Los alrededores eran practicables aquel día, evitando a la turba que podríamos encontrar en cualquier otro, lo que permitía nuestro avance sin dificultad. Dejábamos atrás la zona portuaria donde las embarcaciones de vela y las embarcaciones de hidropedal en forma de automóvil surcaban las aguas a la sombra del vuelo de los patos.
Otra extraña costumbre afectaba a los jóvenes del lugar, que llevaban mecanismos de cerrojo, llamados candados, con runas grabadas que simbolizaban sus nombres junto a las de sus parejas, esperando que la fuerza con la que se ajustaba su cierre simbolizase un amor eterno a prueba de mil y una dificultades. Estos jóvenes...
El circo ha acampado en la ciudad. Lleno de bestias, divertimentos, mujeres barbudas y payasos. Y yo que pensaba que hacía una semana que habíamos llegado.
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