domingo, 23 de marzo de 2014

Día 3 - Nuestra ruta 66


¡Cuerpo a tierra, camarada!

El domingo es el día de descanso del Señor. Tampoco se puede decir que hasta ahora hayamos estado trabajando forzosamente hasta la extenuación, pero hay prácticas que se están perdiendo y debiéramos cuidarlas un poco. Ya no me meto en qué religión profese cada uno.

La mañana se ha alargado un poco, en un estado natural de meditación y observación, para reajustar nuestros chakras. Pronto habíamos tomado una decisión sobre cuáles debían ser nuestros pasos y allá en las horas de la tarde nos pusimos en marcha con un objetivo claro: encontrar la base de operaciones de nuestros compañeros de las Fuerzas (des)Armadas de Campanillas. Y digo bien que el camino fue peligroso y más de una vez pusimos nuestras vidas en peligro. Carriles para bicicletas cuyo ancho era superior al que el peatón podía disponer, extraños mecanismos para dar luz verde al paso de viandantes cruzando las calles, largos caminos alternativos mal llamados atajos y trombas de agua que caían de sopetón eran compañeros de viaje.

Sin embargo nuestra llegada se completó. Malnutridos, pálidos e insomnes, el resto de la compañía nos recibió en sus hogares, mostrándonos la decadencia del mundo occidental. Sus rostros transmitían la desdicha que debían estar sufriendo, lo que nos compadeció sobremanera. Intentando apaciguar sus ánimos, no dudamos en hacerles grata compañía, amenizando la velada con un juego de cartas donde cualquier parecido con una baraja normal era pura coincidencia. Ganadores o perdedores fueron lo de menos en aquel instante, porque en ese momento, por primera vez, pude ver en sus ojos reflejada la más pura felicidad.

De vuelta a casa, la senda tenebrosa del Bosque Maldito nos aguardaba. Habíamos visto demasiadas cosas aquel día, quizás un anticipo de lo que estaba por llegar. Esperábamos contar con fuerzas suficientes para entonces.

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