Atento, que se pone verde
La noche cerrada nos cae encima. Salimos del hipermercado, pero ningún alma se cruza en nuestro camino. El bosque es lóbrego y acechan las sombras. El graznido de un cuervo nos devuelve a la realidad. Tenemos que subir seis pisos en un ascensor digno de una película de los años 30, aunque tenemos la vaga, pero firme esperanza, de que en unos días será renovado.
Mientras escribo esto la desesperación hace estragos entre nosotros. Lejos queda ya esa luminosa travesía a manos del buen hacer de don Torsten Temmeyer, todo un gentleman que ha acudido a nosotros en nuestra hora de necesidad. Ya llevamos la friolera cifra de diez horas perdidos en la inmensidad de Sajonia, sin saber dónde está el maíz, o por qué la lavadora alcanza un nuevo nivel cuando tienes que traducir su programa. Afortunadamente, una figura cuasi mesiánica responde a nuestra llamada: Herr Hornbacher —Artur para los creyentes— un indómito y valiente casero, capaz de transmitir sus ideales a pesar de no tener pajolera idea de inglés. El traductor de google cobra, en este caso, una importancia capital. Pese a todo, su llegada a deshora acompañado por una olla, es como un canto de sirena enmedio de la tempestad.
Michael Knight nos anima en alemán desde el televisor, lo que reconduce la situación a averiguar si el atún de la pizza es verdadero atún. Recobramos fuerzas bebiendo agua con gas, un licor tan genuino e ingenioso capaz de no calmar la sed y producirte gases y serios dolores de barriga. Los recuerdos mientras permanecía en las dependencias policiales alemanas del aeropuerto, escasos minutos, pero de gran sufrimiento, son como otro golpe tenaz en las tripas. Siempre nos quedarán las amables señoras chinas que median en las discusiones sobre si una tarjeta de débito es lo suficientemente buena para Lidl.
Con todo esto, la única solución viable pasa por el alcoholismo. Esperemos que el Jägermeister pueda templar los ánimos.
No perdemos la esperanza. Todavía nos queda la piscina.
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