La fuente de la eterna juventud
A los vagones del metro no les importa de dónde vengas. Da igual que lleves tres cervezas y te estés acabando la cuarta, o que vayas vestida como una novia recubierta de gominolas con la que pescar a imprudentes dispuestos a gastar un euro para sufragar su enlace. Las apariencias pueden cambiar en ese momento y aquel al que asegurarías ser el más formal y serio, acaba gritando lindezas a las mozas germanas.
La larga búsqueda ha llegado a buen término. Las comunicaciones eran prácticamente inexistentes, postergando nuestra desdicha a mensajes esporádicos mientras permanecíamos en nuestros refugios. Con suerte, de la violencia surgió la ilusión, y steam ofreció nuevas vías de contacto. La hora estaba ahora clara. El lugar, también. La noche nos alcanzaba, pero los paraguas nuevos que jamás habrían de ser usados, nos proporcionaban una seguridad que podíamos haber perdido cuando supimos que un limón costaba 50 céntimos.
Un invitado sorpresa nos aguardaba en nuestro destino. Acompañando al sr Pacheco se hallaba su escudero, un caballero hispanogermano que nos invitó a visitar sus dominios haciéndonos de guía. El paseo nocturno por el bulevar, junto a David, nos condujo a parajes donde el zumo de cebada era la bebida de descanso para los viajeros fatigados. Y aunque una hamburguesa digna de reyes nos saludaba fervientemente seduciéndonos con su aroma, el sino quería que fuese en un turco donde acabásemos degustando las delicias de su carne trinchada.
Una taberna recóndita y bulliciosa nos esperaba a continuación, pero el gentío actuaba en demasía, impidiéndonos socializar de forma natural. El viento giraba en nuestra dirección, no obstante, puesto que nuestras siempre amigas botellas del líquido ambarino llamado cerveza, eran compañeras de viaje allá por donde íbamos, sin necesidad de que las fuerzas de seguridad y orden del estado se interesasen lo más mínimo en ellas, viajando con libertad.
—Mañana será otro día, pequeños —aseguraba un confiado Jose Luis mientras guardaba los vasos de chupito. Puede que tuviese razón, pero era algo que una noche de sábado no estaba en posición de responderle.
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