Como un Robinson apesadumbrado tras una tormenta y un seísmo que acaba con gran parte de las construcciones a las que tanto tiempo había dedicado, el inexorable paso de los días devora mi pobre corazón. Cuando me miro en la orilla, no reconozco mi rostro. ¿Qué me ha pasado? ¿Cuándo me dejé abandonar a la intemperie, aguardando la desolación? Mis manos vacilan ahora ante la tarea que tengo por delante, pues la abominable rutina me cerca, devorando mi alma. El oscuro ser que yace en mí lo tengo tan presente que no puedo sino postrarme en el suelo, tembloroso y pálido. Me castañean los dientes y cada fibra de mi ser se contrae aterrorizada. ¿A dónde mirar cuando todo está tan profundo como una oquedad en las entrañas de la tierra?
Una línea más en la cueva, cruzándose sobre cuatro palos. Nueve grupos tachados. Otro día más en la isla desierta.
Ya llegará el fin de semana.
Pero esto que é?
ResponderEliminarQue espectáculo voy a llorar, pobre Don Sergio.
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